La frase de Umberto Eco, que parafrasea un antiguo proverbio al afirmar que “Lo bello solo tiene un tipo; lo feo tiene mil”, ofrece una reflexión intrigante sobre la uniformidad y la diversidad dentro del concepto de belleza. Según Eco, lo bello es un ideal que se asocia con simetría, armonía y equilibrio: una fórmula que parece repetirse a lo largo de diferentes culturas y épocas. En cambio, lo feo desafía esa uniformidad; es una categoría mucho más diversa, fragmentada y rica en matices, capaz de manifestarse de maneras infinitas.
Si relacionamos esta idea con el concepto de que “la belleza es la promesa de la felicidad”, podemos observar un vínculo interesante. Esta frase proviene de Stendhal, quien veía la belleza como un portal que anticipa un estado de gozo, deseo o satisfacción. Es como si aquello que es bello nos ofreciera una especie de seguridad emocional o estética, una forma de placer anticipado que promete una experiencia de felicidad basada en lo que es familiar y predecible. La belleza se convierte en algo codificado, un patrón al que aspiramos porque sentimos que nos acerca a la felicidad.
Sin embargo, lo feo no promete nada; no se ajusta a nuestras expectativas ni asegura comodidad. En su diversidad, lo feo puede ser perturbador, desafiante o simplemente desconcertante. Pero es precisamente esa variedad lo que le da una profundidad inesperada. Lo feo, en su falta de un patrón unificador, puede hacernos reflexionar sobre lo que consideramos aceptable o incluso desafiarnos a encontrar la belleza oculta en lo que parece no tenerla.
Aquí es donde la famosa frase de León Tolstói encaja perfectamente: “Todas las familias felices se parecen; las infelices lo son cada una a su manera”. La felicidad, como la belleza, parece tener una estructura, una fórmula que es fácilmente reconocible. Las familias felices comparten ciertos elementos comunes: armonía, estabilidad y alegría. En cambio, las familias infelices son únicas en sus desgracias; cada una está marcada por un conjunto de conflictos y tragedias que no pueden replicarse exactamente en otro lugar. De manera similar, lo feo, como las historias infelices, se expresa de formas múltiples y singulares.
Tolstói, al igual que Eco, sugiere que hay algo casi monótono en la perfección y la felicidad, mientras que la imperfección y el sufrimiento contienen una variedad infinita. Esta reflexión pone de manifiesto cómo la búsqueda de la belleza y la felicidad puede ser un anhelo por la certeza y la simplicidad, pero lo que realmente enriquece nuestra experiencia humana es la complejidad y la diversidad de lo imperfecto y lo inesperado.